Preá, meu amor.

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quarta-feira, 9 de novembro de 2011

Las Simas del Ruidor


Esta anecdota la relata Adolfo Martin Calomarde en su libro Aldeyuella 1300, Aldehuela 2000, no tiene desperdicio.
En uno de aquellos días de principios de los años cincuenta (1951/52), época en la que se celebraba la Semana Santa y en la que los bailes que era la única diversión de la juventud quedaban totalmente prohibidos, se encontraban en el Cantón, como era costumbre arraigada, una serie de mozos departiendo sobre los últimos acontecimientos y, entre otras cosas, salió a colación las visitas que con alguna frecuencia hacían a La Sima del Ruidor jóvenes procedentes de Teruel. Cada uno de los tertulianos aportaba su comentario aunque ninguno de ellos había penetrado en la Sima: unos discutían sobre la profundidad, otros de que en su interior se escuchaba el ruido de un manantial de agua que podía ser el origen de la que manaba en la fuente de La Hoz aguas abajo; total, que cada uno aportaba su particular opinión sin conocerla, algo bastante frecuente en aquellas tertulias. De pronto, Joaquín Sánchez Ibáñez, mozo de veintidós años y personaje bastante decidido y un tanto dispuesto, dijo: "Si alguien me acompaña saldremos de dudas", a cuya idea se unió Evaristo Redolar Pérez, procediendo de inmediato a perfilar la ejecución de una aventura de la cual no tenían la menor experiencia.
El viaje de Joaquín y Evaristo hasta alcanzar La Sima del Ruidor lo efectuaron por la tarde y todos los útiles que llevaban quedaron limitados a una soga de las que se empleaban en el acarreo de la mies, una linterna con la que iluminarse en el interior y un hacha con la que cortar una sabina para atravesarla en la boca y que sirviera de tronco donde atar la soga para el descenso. Se encontraban en la boca de La Sima terminando los preparativos cuando, de pronto, aparecieron otros dos mozos del lugar, uno de los cuales, Luis García Simón, decidió acompañar a la expedición y el otro, Clemente Bayo García, quedó en el exterior con la escopeta del anterior como para dar protección a los visitantes de La Sima por si surgía alguna eventualidad y asegurando que "La soga no la desataba nadie como no fuera pasando por encima de su cadáver".
La Sima en el exterior, e inicialmente, presenta una pequeña rampa hasta alcanzar la boca de la misma; este primer tramo lo recorrieron andando y, una vez en la boca donde ataron la soga, se descolgaron bajando unos tres o cuatro metros hasta alcanzar un pasadizo donde ya no llegaba la luz de la solana. En el pasadizo se alcanzó el final de la soga que medía unos quince metros y, a partir de ahí, quedaron sin medios para proseguir la aventura, encontrando una serie de pedruscos que dificultaban el avance. Alcanzaron una zona en la que encontraron una oquedad muy estrecha por la que no pudieron pasar a pesar de aligerarse de ropa; al final de la misma se veía una zona amplia con una bóveda que no pudieron visitar. Dentro de La Sima vieron algunos nombres escritos en las paredes y entre ellos el de un tal R. Mallén que era posterior a 1800 y, sobre todo, encontraron una libreta que se llevaron para entregarla al alcalde de Aldehuela, Vicente Maicas Blasco, para que este a su vez la entregara en el Frente de Juventudes de Teruel o a quien correspondiera, por si alguien la había extraviado, y que resultó ser la libreta de firmas para que estamparan la suya los nuevos visitantes.
Después de permanecer poco más o menos una hora dentro de La Sima salieron al exterior quizá algo más contentos que cuando llevaron a cabo la entrada pues, aunque muy decididos, no las tenían todas consigo por si algo salía mal. No tuvieron dificultades respiratorias y llegaron a la conclusión de que a veces las gentes hacen comentarios sobre temas de los que no tienen ni la menor idea.
Como anécdotas añadidas cabe destacar que a Clemente Bayo García, que quedó en el exterior como protector de los aventureros que penetraron en la Sima, manipulando la escopeta de Luis y de la que no tenía ni la menor idea se le escapó un disparo que los del interior ni se enteraron, aunque al guardián, cuando salieron de La Sima todavía le temblaban las piernas, y que Nicanor Sánchez Pérez, tío de Joaquín Sánchez Ibáñez que fue el que les proporcionó el hacha para cortar la sabina, recomendó a su sobrino, reprendiéndole al no estar de acuerdo con la aventura, que no llevaran linternas y sí velas, por aquello de que podía faltarles el oxígeno.
No cabe la menor duda de que fue una experiencia interesante que clarificó muchas de las incógnitas que se tenían sobre la cueva, y que nadie en el pueblo de Aldehuela, al menos en las últimas generaciones por las razones que fueren, se había atrevido a investigar sobre la misma. Por otra parte, y a partir de entonces, algunos habitantes del lugar, y sobre todo Evaristo Redolar Pérez, ha vuelto a bajar en varias ocasiones. Hoy, entre otros lugares del término municipal de Aldehuela, figura en un itinerario turístico de la provincia de Teruel para estímulo de nuevos aventureros, aunque dada la afición de las gentes por llevarse recuerdos, pueden desaparecer vestigios cuya antigüedad datan de más de tres mil quinientos años.

Devo dizer que o Joaquin de quem ele fala no texto era meu marido.

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